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domingo, 29 de agosto de 2010

Y nació Manuela.
Tan pequeñita y tan inmensa, que se inundo todo el espacio.
Sus deditos chiquitos, sus ojos celestes, radiantes como puesta de sol.
Manuela, lloró en el vientre de su madre, tendrá gracia dijo su padre.
Y contó no se que chascarrillo de esos que el sabia hacer.
Estrechada en los brazos de su madre amamantándose, Manuela
estrena su primer acontecimiento.
Y se crió en libertad de pájaro, en la huerta, por aquellos prados.
Como mariposa alegre, en su ámbito, en intimo contacto con el mismísimo origen del todo absoluto, en la naturaleza.
Explosión de colores, renacer continuo, aromas milenarios, hierbabuena y poleo, tierra mojada, campo...
Primeros pasos...
Desnudos los pies por la tierra, se pueden hundir una y otra vez en ella.
A pasitos cortos los primeros pasos de Manuela. Entre sus deditos se desliza en cosquilleos atravesando resbalada por su piel.
Los brotes nuevos, mas verdes que imposible haberlos visto alguna vez así, parecen brillar y se yerguen al pisarlos. Cuanta hermosura, mil deleites confundidos la mecen y a su madre una sonrisa regala.
El crepúsculo la tarde esquiva.
Despertó al mundo y vio la rosa.
La rosa fragante, en todo su esplendor, puede tocarla.
La niña extasiada la mira. Sus pétalos suaves, casi rozándola.
Los deditos temblorosos para no lastimarla.
Se le escapa la risa del labio alegre. Infinito júbilo.
Mi niña aprende.
El pájaro...
Bordea la ribera como quien juega. Pequeño y frágil, gigante en hermosura.
Parece que se posa y saltarín picotea al insecto desafortunado que se cruza.
Vuelve a retomar el vuelo henchido en sublime algarabía.
¡El azul, el verde, el ocre! Como la hierva del ocaso, el cielo...
Grana y oro se torna el horizonte y en su vuelo alcanza la cúspide inmediata del gozo.
Se acerca a árbol y meciéndose en sus ramas una musiquilla alegre de gaviota, riachuelo, mariposa, todos como en orquestal movimiento sonoro, transporta su espíritu al glorioso éxtasis.
La arboleda.
Acariciada por una brisa matutina regala a su vez la frescura del rocío
salpicada en sus ramas. Y la verde hoja con gotitas chispeantes,
sorprende como un milagro.
Cuanta luz desbordada acontece y mil olores silvestres,
romero, tomillo y jara invaden el espacio.
Mecidos en acompasado vaivén los árboles danzan al viento y parecen reír en sonora carcajada, que resuma por sus ramas y queda en el eco perpetuando el movimiento.
Se puede divisar el camino contoneándose tras la montaña y una mariposa llena de colores: naranja, gris, marrón, me entrega su belleza que a la vista luce hermosa y única.
Donde se dirige el riachuelo encandilada y traviesa, parece feliz como espectadora y protagonista.
En un marco incomparable se confunde el horizonte en su vuelo inquieto.
Y otras mariposas irrumpen etéreas y livianas, fundiéndose en un mismo universo.
Cuanta belleza reciproca en constante devenir. Derramándose por sus ojos acierta a colarse en su espíritu y besarle profunda y hondamente hasta entregarse enamorado y vencido.
Se escucha, a lo lejos, su vocecita dulce con acento triguereño.
Los trinos de un jilguero se entrelazan como si hablaran con Manuela.
Magnificas notas soñadas, música increíble, invade hasta lo mas profundo, rebozando armonía.
Un airecillo se entretiene con su pelo y le hace cosquillas en su carita.
Manuela lo aprieta en sus manitas como queriéndolo coger.
¡Mama, no puedo sostenerlo!
Pero invisible ofrece su caricia, ella le arrastra con sus deditos detrás de su oreja y de nuevo vuelve a su boca y a sus ojos como brisa juguetona.
Tanto regalos a los sentidos se diría que rinden homenaje cuando le contemplas.
Eternidades, crepúsculo que resplandece brillante y etéreo.
Quebradizo el pecho por tanta emoción casi se puede escapar una lágrima.
La nubes toman formas, una muñeca, un barco. Tumbada en la hierba,
mirando el cielo mi niña Manuela puede ver siluetas.
Allí entre las florecillas, con su piel canela de sol curtida, los ojos se le cierran y mil lucecitas destelleantes hacen acto de presencia.
Los rayos del sol invitan a un agradable calorcito.
Manuela se incorpora de un salto y dice ¡que alto es ese árbol!
Y se abraza a su tronco efusiva y risueña, se diría que es alguien muy querido.
El viejo almendro parece sentir su afecto y la niña sonríe feliz,
como si el abrazo le devolviera.
Rezumando savia por su tronco, casi se puede escuchar un gemido.
La hojas secas caídas crujen al pisarla y las semillas del mañana renacerán.
El otoño viste de nuevo el paisaje, resaltando toda su belleza en el ocaso.
Agridulce morir y renacer constante de la vida.
La muerte y la vida en su ciclo natural responden a tu pregunta.
¿Estas aquí Manuela? Yo también quiero quedarme en la huerta. El tomate rojo y maduro, la cebollita fresca. Los frutos que dieron sus semillas aun perduran.
Nada muere, la amapola, el limonero y hasta la noria.
¿Donde te has quedado Manuela?
No quieres marcharte, quedas atrapada. Regresas a casa.
Solo llega el alma, tu cuerpo se quedó en tierra, no quieres marcharte llena de nostalgia.
Al trotecillo alegre de la alegre alberca. Tu huerta destila aromas, flores del naranjo.
Y el almendro luce y el jazmín rebrota, aquí te quedas no puedes marcharte.
Y en tu alma el júbilo se recrea. En tu ansiado pueblo, tu amado trigueros.
Pasando por la Cruz de Elvira, cerca de la riberilla en tu añorada huerta.
Allí te quedaste para siempre abuela... Manuela.


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